miércoles, 26 de octubre de 2011

San Benito y el barrio de Palermo

Por Eduardo Giorlandini

Hacia 1836, Juan Manuel de Rosas compra unas tierras cercanas al río, que debió acondicionar para hacer de una zona anegadiza –bañados denominados ¨campos de Palermo¨- una hermosa quinta, en la que construyó su casona, en la esquina sudeste de las avenidas del Libertador y Sarmiento. Es decir, avenidas con los nombres de un amigo del Restaurador, José de San Martín, y de un adversario, Domingo Faustino Sarmiento.
La quinta estaba ubicada al Nordeste de la ciudad de Buenos Aires, sobre el río. Rosas bautizó su propiedad ¨Palermo de San Benito¨, dice Manuel Gálvez, quien escribió también: ¨Desde el dormitorio de Rosas, una calle de ombúes se dirige hacia el río. Jardines ricos de plantas y flores rodean la casa. Al sur, la Capilla de San Benito.
Con el correr de los años el lugar se llamó Parque 3 de Febrero, aunque se lo siguió llamando también con el antiguo nombre, Palermo. Algunos años más y en el lugar de la casa se inauguró la estatua de Domingo Faustino Sarmiento.
San Benito fue un santo negro, nacido en Palermo, Sicilia, Italia, siendo de estirpe etíope y religión mahometana, se convirtió al cristianismo; se afirma, asimismo, que fue el primer hombre de raza negra canonizado por la Iglesia y que ha sido el patrono de los negros en no pocos países de América.
Es probable que San Benito de Palermo dio el nombre al lugar de marras por decisión de Rosas, en homenaje a los negros que trabajaban en la residencia, pues tenía simpatías por los hombres de ébano; no se descarta que, siendo niño, haya sido asistido por una mujer negra y escuchado las canciones de cuna y los cuentos dignos de las mujeres negras.
San Benito era el santo más apreciado por esas comunidades, a tal punto que el nombre  era, en éstas, el más popular, en gran parte del continente. Vaya, a manera de ejemplo: Santiago Calzadilla escribió que, después de ordenarse en 1822 la construcción del primer cementerio (de la Recoleta, junto al Convento de los Recoletos), el 18 de noviembre de ese año, tiene lugar el primer entierro, el de un joven negro y liberto, de nombre Benito. El nombre aparece, de diversos modos, en muchos lugares y tiempos.
El barrio de Palermo, o Palermo de San Benito o San Benito de Palermo, tiene, entonces, ese origen, pero Jorge Luis Borges dijo que reconoce tres fundaciones: la primera, por obra de Juan Domínguez Palermo (sus nombres y apellidos figuran de varias maneras: Juan Domínguez, Giovanni Domínguez, Doménico Domínguez; en todo caso, a pesar del apellido español, oriundo de Sicilia); la segunda fundación, por Rosas; y la tercera por la familia Carriego. Esto es algo que aparenta ser irreal pero tiene un sentido explicable.
El siciliano Domínguez había adquirido campos en los que tenía animales y frutales y cultivaba trigo, proveyendo a la ciudad de Buenos Aires. Parte de esas tierras habían sido comparadas por Rosas después de más de doscientos años, dado que al siciliano se lo ubica a fines del siglo XVI y principios del XVII.

Santos de nombre Benito

No nos referimos aquí a San Benito Biscop, ni a San Benito de Aniano o a San Benito José Labre, ¨el vagabundo de Dios¨, ¨el peregrino¨ o ¨el gitano de Cristo, que por su aspecto parecía un malhechor, según algunas gentes; tampoco nos referimos a San Benito Abad, nacido en Nursia, del centro de Italia, en la región de Umbría, que destacó y actuó el principio ora et labora, ´reza y trabaja´, y otras reglas de excesivo rigor, por lo que alguien intentó matarlo dándole una bebida envenenada.
San Benito de Palermo nació en esta ciudad de la regione siciliana. Fue un fraile franciscano cuya imagen se venera hoy en la Basílica de San Francisco, Buenos Aires. Vino al mundo en el siglo XV. Aunque no aparece en algunas obras no debe dudarse de la documentación que lo avala, de las fuentes bibliohemero-gráficas y de su fuerte presencia en el corazón de las comunidades –por lo menos- afroame-ricanas y de las llamadas ¨naciones¨, en el Río de la Plata.
En Palermo y en paeses cercanos se afianzó su nombre y también la presencia de una Virgen negra.
La devoción de los negros por este santo ha sido tal que en casi toda América los rituales afroamericanos eran presididos por la imagen litúrgica de Benito; su efigie era de madera tallada y se llevaba en una parihuela sustentada sobre los hombros de cuatro comparsas.
Uno de los motivos de ello estriba en que en la región de la gente ¨de color¨ hay elementos del animismo de raíz bantú sincretizados con otros elementos cristianos, en casos, y en otros directamente se adoptaron religiones cristianas, en especial la católica. Pero también la devoción de los negros alcanzó a San Baltasar y a San Antonio.

El santo de los negros y el candombe
Cabe decir, ahora, que el candombe es parte del acervo ancestral africano de raíz bantú y fue 
traído al Río de la Plata; es una música con cánticos y danzas, y en las fiestas candomberas se representaba la coronación de los reyes congos, imitando las costumbres de los reyes blancos.
Más, debemos hacer una distinción, en la Argentina, a saber: en esas fiestas, en la ciudad de Buenos Aires, se veneraba más a la Virgen María (recuérdese lo dicho líneas arriba sobre la Virgen negra, en Sicilia) y se escuchaban oraciones a San Benito y a Santa Bárbara (equivalente a la deidad africana Shangó), pero en la comunidad negra bonaerense sí era preferido San Benito de Palermo. Shangó era la deidad que apaciguaba las tormentas.
En tales reuniones, participaban negros, mulatos (mulato era el nacido de negra y blanco, o a la inversa), cuarterones (cuarterón, el nacido de mestizo y española o español y mestiza; mestizo, es quien proviene de razas diferentes); por excepción, participaban individuos de otros grupos, en forma mínima, lo que he representado en la letra del candombe Runflero:

¨¡Munyingos, munyingos!
Lunfardo, cocoliche, afronación;
runflero, fiyingo y tajo
que en su pecho abrió el facón¨.

Es que los italianos eran sicilianos, ¨apolitanos¨ o cocoliches (napolitanos, luego extendido a italianos, con una parla que era producto de las lenguas de origen y local) y bachichas (genoveses). 
Y hasta podríamos agregar algún elemento local: el compadrito, descendiente de extranjeros o de gauchos, y grupos de niños o muchachos disfrazados, en tiempos de carnaval.
Pero quiero aclarar que esta mezcla presunta merece una comprobación fehaciente y que en 
algunos lugares de América se prohibió la convivencia de indios con negros. Es importante destacar la teoría según la cual la supresión de la esclavitud se debe a la ¨cruza¨ sexual.

Salas y templos
Además de las reuniones en lugares abiertos se realizaban otras en las ¨casas de tango¨ y en ¨salas¨, donde se bailaba y, en casos oraba, pues existía un oratorio donde la imagen de San Benito de Palermo era iluminada por velas que llevaban los devotos. A un costado de la puerta de entrada una mujer negra pedía la ¨limosnita pala Shan Benito¨, cuya vida y milagros todos conocían.
Según Wilde, cada congregación de negros tenía un administrador, generalmente un hombre 
blanco, pues se recolectaban fondos, asimismo, de comercios y hasta iglesias católicas, para celebrar las fiestas u otros fines. Un día el administrados de la Hermandad de San Benito se esfumó con el importe de la venta de dos fincas de la Hermandad de San Benito, lo que sorprendió a los negros que, según Wilde, no eran afectos a los delitos y eran respetuosos de la ley y del trabajo.
Concolorcorvo señala la existencia de las candombeadas en la década de 1770, pero existen antecedentes desde 1700.
La bebida preferida, en tales reuniones y en las fiestas era la ¨bebe-chicha¨-que era dulzona y 
refrescante, como para seguir cantando y danzando-; se preparaba en una tinaja de barro cocido, con arroz, fariña o maíz mezclado con vinagre blanco o limón, azúcar negra de La Habana y una cantidad de agua. El recipiente se tapaba con un paño y su contenido quedaba en infusión durante una semana; después se filtraba y se embotellaba.
La existencia de los ¨sitios de tango¨ y ¨casas de tango¨, de las comunidades afroargentinas y 
afrouruguayas, y por el hecho de contener el tango elementos ponderables del candombe, como epílogo, se justifica expresar mi propuesta: que San Benito se Palermo sea el Santo del tango argentino y que recordemos dos versos de la milonga Juan Manuel, de Homero Manzi (letra) y Sebastián Piana (música):

¨Cuntango carancuntango
cuntangó carancuntam¨.

Bibliohemerografía
1. Raquel Prestigiacomo y Fabián Uccello, La pequeña aldea. Vida cotidiana en Buenos Aires, 1800-1860; Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1999, páginas 36, 62 a 64.
2. Germinal Nogués, Buenos Aires, ciudad secreta; Ruy Díaz-Sudamericana, Buenos Aires, 
1996, página 421.
3. Manuel Gálvez, Vida de don Juan Manuel de Rosas; Editorial Tor, Buenos Aires, 1949, 
página 279.
4. Rand McNally, Atlas universal; Reader´s Digest, Buenos Aires, 1995, página 140.
5. Diccionario enciclopédico abreviado; Espasa-Calpe S.A., Madrid 1957, tomo II, página 24.
6. Mario Sgarbossa y Luiggi Giovannini, Un santo para cada día; Edizione San Paolo, Milano, 
Italia, 1998, página 239.
7. Néstor Ortiz Oderigo, Calunga, cróquis del candombe; Editorial Universitaria de Buenos 
Aires; Buenos Aires, 1969, páginas 23 y 24.
8. Santoral, en ¨La Nueva Provincia¨; Bahía Blanca, 16 de abril de 1999, página 27.
9. Eduardo Giorlandini, El barrio de Palermo; en Nuevos Aires en Palermo, Buenos Aires, 
septiembre de 1996, página 12.
10. Rubén Carámbula, El candombe; Ediciones del Sol, Buenos Aires, 1995, páginas 8, 13, 17, 23, 26, 29, 67, 69, 166, 168, 169 y 174.
11. Eduardo Giorlandini, Parroquia de San Benito Abad; correspondencia e informes escritos, 
1999.
12. Homero Manzi, Juan Manuel (milonga con música de Sebastián Piana), en Cancionero 
´Manzi-Piana´; Ediciones Musicales Julio Korn, Buenos Aires, 26 de mayo de 1958, número 5, 
páginas 9 y 10.
13. Cristina, Estampas en naftalina; ¨Chabela¨, Buenos Aires, Nª 424, septiembre de 1971.

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